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EL ORIGEN DE LAS ESTRIAS

Ni tan recientes ni tan helicoidales

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Cuando las armas de fuego, apenas iniciado el siglo 14 comenzaron a aparecer, poseían cañones lisos. En ese momento la reina de las batallas era la ballesta y como material pesado, las catapultas. Estas fueron rápidamente desplazadas por los cañones, pero las ballestas sobrevivieron como arma casi 150 años. La base de esta supervivencia se debía a la opinión desfavorable existente respecto de los cañones de mano, que tenían muchas fallas de encendido y una precisión discutible. Tanto es así, que Cristóbal Colon solicitó a la corona de España para ser empleados en la conquista de las tierras de América, la compra de 400 petos, 200 arcabuces y 200 ballestas. Actualmente las armas de fuego poseen cañones lisos o rayados, es decir que en determinado momento, por algún motivo comenzaron a instalarse surcos en el interior de los cañones. Ese rayado, denominado comúnmente estriado (en inglés rifling) presenta giros helicoidales hacia la derecha en la mayoría de los casos, aunque en otros, hacia la izquierda.  La opinión general, asume que su aparición ocurrió a mediados del siglo 19,  relacionado con el advenimiento generalizado de la retrocarga y con motivo de haberse adoptado definitivamente la forma ojival en las balas. Los proyectiles ingresaban forzadamente en los cañones, se insertaban en los surcos de las estrías al ser disparados y adquirían una enorme velocidad rotacional. Esta rotación mantenía la estabilidad durante el volido debido al efecto giroscópico, tal como lo hace un trompo, logrando mayor precisión, alcance y penetración por arribar la bala de punta. Como en muchos de los aspectos vinculados con las armas de fuego, no se conoce quien las inventó, pero su aparición es casi tan antigua como ellas. Es posible que la más remota referencia se remonte a 1476, año en que un armero italiano se refiere en un escrito a un arma de mano “con surcos en su interior con forma de espiral”. El término “espiral” no es técnicamente aplicable para referirnos a las estrías, que son correctamente denominadas como “helicoidales”. Existen otras interesantes referencias tales como que Maximiliano I, poseía en 1493 un arma larga con estrías. Otros autores adjudican su invento a Gaspard Kollner de Viena en 1498 o a August Kotter de Nüremberg. Estas dos ciudades nos están indicando en que región se asentaba la tecnología de punta en esa época. Otra referencia interesante se encuentra en el inventario del arsenal de Zurich, donde se describen armas del año 1544 con estrías. Es un hecho que en Berna, en el año 1563 competían en torneos tiradores con armas largas estriadas. ¿Cómo podemos compatibilizar el concepto moderno de estabilidad giroscópica de las balas, si en esa época éstas eran de avancarga y las balas tenían forma de esfera? Esto quiere decir que las balas no salían marcadas por las estrías como ahora, debido a que existía un espacio amplio (denominado viento), entre el cañón y la bala y además su forma no se lo permitía. En realidad, las grandes estrías que poseían los cañones en esos tiempos, buscaban solucionar un problema completamente distinto. La pólvora negra utilizada en la avancarga, quemaba en forma irregular e imperfecta, dejando en el ánima muchos residuos carbonatados que dificultaban, retrasaban y en casos extremos impedían la recarga. Esto requería de los tiradores una concienzuda limpieza del arma, algo impracticable en una situación de emergencia como por ejemplo durante el combate. La estrías de la época eran construidas para que esos residuos se instalasen en los surcos, permitiendo un número mayor de disparos sin requerir limpieza. Las formas y dimensiones de los surcos eran distintas de las actuales, generalmente diseñados en forma de v, de varios milímetros de profundidad y a veces con trazos helicoidales.

 

La estría moderna

Al llegar el siglo 19, la tecnología de fabricación ya estaba lo suficientemente evolucionada como para aplicar el concepto de estabilidad giroscópica, pero disminuyendo sensiblemente la profundidad de los surcos, dándole forma helicoidal con profundidades de centésimas a milésimas de pulgada según los casos. La construcción se realiza por medio del torneado mecánico o del martelado, consistente este último en un instrumento de precisión con pequeños martillos que comprimen mecánicamente el interior del cañón, marcando los surcos, es decir que no quitan material. La velocidad de rotación giroscópica de la bala, está directamente relacionada con el paso de la estría y la velocidad inicial. Si desea profundizar un poco la fórmula matemática que permite determinar la velocidad de rotación con que saldría una bala, veamos la siguiente:

 

                                                               12  V0

                                               R=   P

 

R= velocidad de rotación por segundo.

12= constante.

P= paso en pulgadas.

V0= velocidad a la distancia 0, o velocidad inicial.

 

Si P es 16 y V0 = 1200 pies por segundo, R nos da una velocidad de 900 revoluciones por segundo o 54.000 por minuto. Estas velocidades rotacionales son enormes y en el caso del .30-06 del Garand M1, la velocidad  se acerca a ¡220.000 revoluciones por minuto! El número de estrías es variable, incrementándose desde seis para una pistola hasta varias decenas en el caso de los obuses y cañones, desgastándose paulatinamente con el uso del arma, no solamente en el cañón, sino en el flanco de apoyo de la estría. Si se utilizan proyectiles de plomo macizo, luego de una elevada cantidad de disparos suelen emplomarse, residuos éstos que se pueden quitar fácilmente durante la limpieza. En ambos casos el arma pierde precisión, y el proyectil podría llegar al blanco de costado, por haberse anulado o disminuido el efecto giroscópico.  Las escopetas no poseen estrías debido a las características de sus proyectiles, normalmente constituidos por perdigones o postas de diferentes tamaños, donde no tienen ningún sentido. En el caso de los proyectiles monopostas (slug en inglés), suele instalarse en la bala misma, como en el Brenneke o Foster. Cabe señalar que hay escopetas con estriados completos o sólo en la parte final del cañón, como en la Paradox. Hubo intentos de imponer en el mercado estrías con formas diferentes a las que conocemos ahora. Se encuentran entre ellas, el circular de Rasmussen utilizado por los fusiles Krag; el también circular Metford de los fusiles japoneses calibres 7,7 mm modelo 99; el oval, más conocido como Lancaster; el parabólico de los fusiles Newton-Pope de la década de los años 1920; el sistema Ballard y el Mannlicher. Especialmente queremos mencionar el sistema poligonal, como el de las pistolas Glock y Jericó. En el siglo 19, hubo cañones del arsenal zarista, con ánimas rectangulares, ovales y poligonales. Como vemos, la antigua tecnología ya permitía agregar algo tan sofisticado a los cañones de las armas como las estrías, sentando de esta manera las bases del moderno empleo de ellas, que nos permite lograr estabilidad, alcance y precisión. La velocidad rotacional que imponen las estrías nada tiene que ver con el efecto de penetración de las balas. La bala no actúa como una broca, produciéndose la penetración debido a su forma, velocidad, masa , materiales componentes y naturaleza del blanco. Cuando el proyectil va por el aire, gira con una gran velocidad rotacional , pero también lo hace desplazándose a mucha velocidad. Esto hace que vaya repitiendo en el aire el  eje helicoidal, exactamente igual que como lo hizo en el interior del cañón. Este hecho se puede visualizar bastante bien en disparos efectuados sobre gelatina balística, observándose la huella de las estrías en un pálido halo en forma de hélice. Teniendo en cuenta la velocidad de pasaje por el cañón de cada bala, los cañones de las armas tienen pocos segundos de vida útil. Esta erosión desgasta paulatinamente las estrías  por el paso de las balas y por el efecto abrasivo de los gases incandescentes producidos por la pólvora, en especial al principio y al final del cañón, con el adicional del efecto fatiga de material. Estos motivos justifican plenamente efectuar un buen mantenimiento del cañón de nuestra arma de fuego, de manera de evitar que el óxido contribuya con su temprano deterioro.

Buenos Aires, 2000 por Jorge Sáenz