Había una vez un cazador, que se estaba desplazando cuidadosamente siguiendo un ciervo, que aún no lo había detectado
en su rutina de aproximación. Llevaba un fusil de un solo cartucho, calibre 7,62 x 51, de punta expansiva y velocidad relativamente
baja. A 150 m de la presa, se dispuso a disparar, cuando en el mismo instante cedió la piedra sobre la cual el solitario cazador
estaba apoyado. El estampido hizo huir al ciervo, mientras a muy corta distancia la bala se clavaba en el piso húmedo. De
mal humor, el cazador siguió su marcha adentrándose en un cañadón desconocido. El bosque era muy cerrado con paredones laterales
de piedra casi a pique, donde al poco rato de andar, pudo observar un movimiento entre el follaje. ¡La suerte le estaba dando
otra oportunidad! Mientras buscaba una buena posición para el disparo, extrajo de su fusil la vaina servida y acto seguido
registró entre sus ropas buscando el único cartucho que le quedaba, que se encontraba en un bolsillo interior, debajo de su
pesado abrigo. Al tomarlo con su mano desnuda, sintió la temperatura cercana a los 35º, por haber estado casi en contacto
con su cuerpo. Cargó nuevamente y sin perder tiempo disparó sobre el ciervo, asegurándose el blanco. Esta vez lo hirió por
sobre la paleta, impactando la bala en un árbol muy cercano ubicado detrás. El desconcierto de nuestro cazador fue enorme,
el disparo había sido perfecto, quizás un poco más arriba del lugar ideal por falta de visión entre el follaje, pero sin duda
con una puntería segura y aceptable. El cazador había estado practicando el día anterior, graduando su alza para dar en el
blanco con precisión a 150 m, pero lo había hecho en una temperatura ambiente de no más de 12ºC. El cartucho que había disparado,
estaba por lo menos 23ºC más caliente que durante las pruebas del día anterior. Por cada grado de temperatura, la velocidad
inicial puede incrementarse o disminuir respecto del patrón inicial de prueba. Esta variación puede ser de varias decenas de pies por segundo, elevando la ordenada máxima de la trayectoria en varios centímetros,
lo suficiente como para un mal disparo. Para obtener la variación exacta en metros o pies por segundo, se requiere elaborar
tablas para cada tipo de pólvora, su cantidad, peso de la bala, forma de la vaina, tipo de fulminante, temperatura ambiente
y presión atmosférica. La temperatura ambiente produce notables efectos, influyendo en el incremento o disminución de la presión
en la recámara y por lo tanto en la velocidad máxima del proyectil. Los fabricantes de munición, dosifican las cargas de los
cartuchos de manera que no presenten eventualmente algún tipo de riesgo en el caso de ser utilizadas en ambientes con temperaturas
extremas. En los entes de tiro, es común observar a los cazadores “cerar” sus armas para una determinada distancia.
Durante la experiencia sería conveniente anotar los factores meteorológicos existentes en el momento del tiro, tales como
presión y temperatura, que permitiría tener un patrón de referencia. El fenómeno no sería tan importante para la caza, como
lo es para el tiro competitivo con armas largas de grueso calibre. Ya sabemos que la pérdida de un solo punto, sería suficiente
para perder varios puestos en una competencia de alto nivel. Por lo tanto, resulta de particular importancia que la munición
de competencia se encuentre lo más estable posible durante la misma, evitando exponerla a los rayos del sol, en particular
si los entrenamientos no responden a condiciones de temperatura similares. Es conveniente tener la precaución de estibar adecuadamente
la munición, cuando se la transporta en el automóvil, porque si se lo hace en el baúl, el recalentamiento o enfriamiento resulta
ser significativo. En estos casos disponer de una caja térmica, resulta un elemento auxiliar de gran ayuda. Acotamos que la presión atmosférica, es otro de los temas de interés, en virtud de que la variación de
una pulgada en menos en la presión atmosférica, mejora el coeficiente balístico en aproximadamente un 3,33%, incrementando
por lo tanto el alcance máximo.