- Desde hace varios lustros, nuestra sociedad en sus diversas manifestaciones culturales, es atacada por una criminalidad
creciente, sin límites y lo que resulta más grave: impune. A principios de la década de los años noventa, comenzó a detectarse
su incremento, aspecto reiteradamente negado por las autoridades del Ministerio del Interior y de la misma policía. El argumento
principal, era que había aumentado la cantidad de denuncias, que antes no se hacían por desconfianza en la policía. Mientras
los hechos fueron evolucionando, los medios periodísticos y los sectores políticos, descubrieron a su modo las causas de ese
aumento de la criminalidad, basándose en conceptos aparentes. Entre esos argumentos, se mencionó la falta de entrenamiento
policial, acompañada por cierto grado de corrupción y sus bajos sueldos. También se apuntó contra las empresas de vigilancia
y seguridad privada, dictándose medidas que paradójicamente hoy afectan severamente su normal funcionamiento. Hace muchos
años, un “jury” era algo excepcional, porque el comportamiento de todos nuestros jueces era impecable, aspecto
que lamentablemente ha cambiado, afectando en algunos casos excepcionales la estructura legal, de tal manera, que ya se habla
de “inseguridad jurídica”. En paralelo, la educación se politizó, se fueron eliminando sanciones, el abanderado
pasó a ser elegido por los compañeros, comenzaron las crisis escolares y aumentó la violencia escolar. Sectores de la población
fueron marginados, quedando un amplio y valioso ingrediente de argentinos sin posibilidades de futuro. Ultimamente cualquier
persona ingresa a nuestro país y permanece a voluntad. Así nació el trabajo ilegal y todas sus connotaciones. La droga hizo
de nuestro país de tránsito a uno de consumo, con todas sus consecuencias sociales y criminales. Saliendo de uno de los procesos
militares más cuestionados de la historia de nuestro país, se dictaron leyes con espíritu democrático, que ocuparon el margen
opuesto, favoreciendo a la delincuencia. El cine y la TV hicieron lo suyo, el contenido violento de las películas no tiene
límites, facilitando a nuestros hijos ver ejecuciones, violaciones y asesinatos, mientras toman la sopa. Llegamos de esta manera a una situación difícil, de solución compleja y costosa, cuyos efectos positivos
tardarán casi una generación en vislumbrarse. Esto quiere decir, que lo que se haga, por más perfecto e ideal que sea, no
contribuirá en lo inmediato a disminuir la criminalidad. Hace falta modificar las leyes penales, capacitar técnicamente a
la policía dándole las atribuciones que le corresponden, modificar el código de procedimientos, agilizar la justicia, educar
al soberano, combatir el narcotráfico y reorientar nuestra política criminal, tareas que no es sólo cuestión de meses. Este mal afecta a todos los países; nosotros no inventamos los circuitos cerrados de TV, ni las
alarmas, ni el blindaje de puertas, ni la vigilancia privada, ni los chalecos antibala, ni las cerraduras de última generación.
Es indudable que tenemos que adaptarnos a una nueva forma de vida que debemos compartir con nuestra familia, adquiriendo rutinas
de seguridad, comportamientos preventivos y aprendiendo a evitar ser víctimas y proteger nuestro patrimonio.
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