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LA METEOROLOGIA Y LAS MAQUINAS VOLADORAS

Despegá nomás

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LA METEOROLOGIA Y LAS MAQUINAS VOLADORAS

 

Cuando me incorporé a la Armada, nunca había volado en avión. Mi primer viaje lo hice en un DC-3, de esos con asientos laterales, con mi uniforme de combate completo. El avión comenzó a carretear hacia la cabecera aún con la puerta abierta. Suponía que eso era una cosa natural, pero con el tiempo aprendí que evidentemente en aquella oportunidad, el mecánico evidenciaba no tener apuro, en cambio el piloto si.

En mi fantasía de bípedo, imaginaba que estaba por saltar detrás de las líneas enemigas, para combatir al Viet Minh en Indochina, pero no era paracaidista, tampoco tenía paracaídas y además estaríamos sobrevolando Chascomús, porque el vuelo era desde la ciudad de La Plata hasta el Arsenal Naval Azopardo. De acuerdo con la tónica actual, seguramente ya debe haber un proyecto en diputados para inaugurar una línea permanente entre estas dos localidades a mediados del siglo XXI. No se sabe si debería ser estatal o privada.

 

Con el tiempo, tomé el gusto por los vuelos y lo hice en cuanta cosa se me puso a tiro, a la vez que como consecuencia de los cursos y del trato con los pilotos, comencé a tener un profundo respeto por la meteorología.

 

Pasaron muchos años, ya habiendo vivido algunas experiencias desagradables en materia de vuelos, cuando nos encontrábamos listos a despegar una fresca y neblinosa mañana en Posadas. Nuestro destino era Apóstoles, que era como decir la otra cuadra. Misiones es una hermosa provincia de terreno ondulado y cubierto de espesa vegetación. Unos pinos enormes, las “araucarias angustifolia”, se elevan en el monte como un edificio de diez pisos, viéndose en condiciones de baja visibilidad solamente sus copas.  En esa oportunidad, estábamos atrasados casi una hora respecto de la hora de salida. Los pilotos eran civiles y entre los pasajeros se encontraban dos o tres periodistas. El resto éramos infantes de marina. Al rato, un funcionario de la provincia informó al mandamás que el aeropuerto de Apóstoles estaba cerrado y que debíamos esperar. El mandamás dijo textualmente: “la meteorología me la paso por la entrepierna, despeguemos”. En ese momento sentí por mi cuerpo un escalofrío. El avión era algo así como un tranvía con alas, todo ventanillas como para mirar el paisaje y para colmo de ala alta. Sabemos que el Sky van de la Prefectura Naval es un cajón de zapatos con alas, pero ¡esto era un tranvía! Mi primer impulso, fue simplemente bajarme, pero creo que hubiese terminado mi carrera bochornosamente. Resignado pensé "sonamos". Pero recobrando mi aplomo supuse equivocadamente que el mandamás quizás conocía profundamente los caprichos de la naturaleza y sabía lo que decía. En realidad este pensamiento era totalmente engañoso, sólo trataba de darme ánimo.

En pocos minutos estábamos sobre Apóstoles, donde ocultos por la niebla solamente se veían las puntas de los pinos a la izquierda y a la derecha. A mi me preocupaban las araucarias de proa, no las de los costados. Ante un siniestro, los militares no podemos permitirnos gritar histéricos. Es imprescindible aceptar estoicamente darnos la piña sin decir ni “pío”. Una vez estrellados – si uno sobrevive- hay que procurar arrastrarse a pesar de nuestros huesos rotos hasta el primer camino. Si pasa alguien, balbucear algo así como “ señor, acabo de hacerme bolsa en esa aeronave cuyo humo Ud. puede divisar. ¿sería tan amable de acercarme al hospital más cercano? Eso si lo entienden, porque en la zona hablan guaraní.

Afortunadamente el piloto decidió ganar altura y luego de dar varios círculos sobre una zona de plafond cero, donde no aterrizaban ni los buitres (y eso con GCA), decidió volver a Posadas. Todo iba bien, hasta que nos informaron que el aeropuerto estaba cerrado y que el alternativo era Iguazú.  En pocos minutos, nos informaron que Iguazú también estaba cerrado hasta para los tábanos. Corrientes era nuestro nuevo destino.

La cosa me gustó, porque creo que los correntinos hacen el mejor chipa de la zona litoral norte, pero al cabo de sobrevolar la espesa capa de nubes, nos enteramos que también se había cerrado. Luego de un tiempo de sobrevolar la zona, una noticia nos levantó el ánimo aventurero: no llegaríamos a ningún lado, porque el combustible estaba por terminarse...

El piloto optó por enfilar hacia Posadas y una vez bien ubicado en la aproximación final, se lanzó hacia abajo y a la izquierda, cortando las nubes. En minutos estábamos sobre el río Paraná volando rasante, buscando un lugar para aterrizar. A los pocos minutos, el tranvía se posó en emergencia y sin novedad en una corta pista perteneciente a un aserradero que providencialmente encontró. Bajamos en silencio, casi indiferentes. Una vez en tierra, con mis pies bien apoyados en tierra,  observé la niebla que nos envolvía, lo que aún podía verse de las araucarias, y el  tranvía con alas ya detenido.

Le dediqué una mirada de reproche al piloto, que nunca debería haber despegado por ningún concepto en esas condiciones. Pero al observar al mandamás, pensé que en esa provincia, al menos allí, el parte meteorológico debería escribirse sobre alambre de púas.

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